sábado, 30 de agosto de 2008

^"Un sacramento de amor"

UN SACRAMENTO DE AMOR
Querido lector o lectora, tal vez te estés preguntando porque tantos rodeos para hablar de la confesión sacramental. Tal vez nunca te has parado a pensar que antes de ir a recibir ese gran sacramento del amor de Dios para con nosotros; “pobrecitos pecadores” que no aprendemos ni a palos, como le gusta decir a una amiga mía. El ya está esperando, por nosotros.
Me gusta como en el Evangelio del hijo prodigo, se nos explica esto:
“Todavía estaba lejos, cuando el padre le vio venir, el cual enternecido, corrió hacia él y le echo los brazos al cuello y le colmo de besos”.
Las gracias que recibimos a través del Sacramento del Perdón nos han de saber a eso, al abrazo de nuestro Padre Dios que se alegra de que arrepentidos por nuestros errores, volvamos a Él, como niños, como hijos que es lo que somos, para decirle:
“Padre, perdóname, soy un desastre, a veces me olvido de contar contigo, y yo solo no hago más que meter la pata, caer una y mil veces en los mismos errores, no te puedes fiar de mí, por eso después de esta confesión concédeme la gracia de que el dolor que ahora siento me sirva de fuerzas para luchar en los momentos en que torpemente, no me porto como un hijo tuyo”.
No sé que experiencia tienes tú sobre este sacramento. Quizás lleves algún tiempo sin recibirlo. Yo no me escandalizo de eso, y me gusta pensar que cuando alguien está lejos de los sacramentos es por desconocimiento de los bienes que estos le reportan: por falta de formación o de pura información doctrinal.
Porque es lógico pensar que cuando una persona, que se sabe débil, y que ve que a pesar de la buena voluntad que debemos presuponer en todos, (por que nadie conoce su corazón sino Dios); Sabe y confía en que el remedio que su corazón necesita es volver a tratar al Señor.
No escatimaría, ni desperdiciaría ese regalo precioso que Dios nos hace al llamarnos una y otra vez a pedir perdón y recomenzar, con su ayuda.
Recuerdo que me decían cuando pequeña, que a Dios le disgustaba cuando torpemente hacíamos mal a alguien o contra nosotros mismos, por que somos hijos suyos. Pero que era mucho más grande su gozo, al ver que cuando pecamos, pedimos perdón y rectificamos.
- Esta imagen de Padre-. Es la mejor razón que nunca me pudieron dar para amar la confesión, como un regalo precioso. “Un Don verdadero, por el que tendríamos que dar gracias muchas veces”
S. Juan nos dice:
”Si decimos: -No tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no esta en nosotros” Y el mismo Jesús cuando nos enseña a orar nos invita a que digamos: “Perdona nuestras ofensas”.
Sabiendo que aun después de haber recibido el bautismo. Éste no suprime la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios.
Esta lucha, de levantadas y caídas es la tarea ininterrumpida para todos los hombres y mujeres que formamos la Iglesia que “recibe en su seno a los pecadores” y que busca por tanto sin cesar la purificación, la penitencia y renovación.
A lo largo de la historia y en la praxis constante de la Iglesia, el “ministerio de la reconciliación“. Concedida mediante los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia, se ha sentido siempre como una tarea pastoral muy relevante, realizada por obediencia al mandato de Jesús como parte esencial del ministerio sacerdotal.
La celebración del sacramento de la Penitencia ha tenido en el curso de los siglos un desarrollo que ha asumido diversas formas expresivas. Conservando siempre, sin embargo, la misma estructura fundamental, que comprende necesariamente, además de la intervención del ministro que juzga y absuelve, atiende y cura en nombre de Cristo, los actos del penitente: la contrición, confesión y satisfacción.
La Iglesia que también es Santa por que su fundador fue Jesús, y la asiste sin interrupción el Espíritu Santo, hace posible este esfuerzo de conversión, no solo como una obra humana. Si no que como S. Juan nos recuerda “Nadie puede venir a Mí, si el Padre no le trajere. . .”
O lo que es igual: “ Es Dios, quien habiéndonos amado primero, ha previsto y facilitado el que el corazón arrepentido pueda; atraído y movido por la gracia, responder al amor misericordioso de Dios.
Esa es la razón del Sacramento de la Reconciliación. Verdaderamente es el Amor de Dios, el único que nos debe mover a conversión, a desear la reconciliación con Dios y con Él y por Él con todos los que nos rodean.
Conocido es de todos, las reservas que muchas personas que se llaman cristianos y católicos y lo son, por razón de su Bautismo, exponen para suprimir de su vida este precepto de la Iglesia. A pesar de suprimir igualmente la vía de la Gracia.
Son razones que de antemano demuestran una falta de formación, en cuanto a los efectos o condiciones del sacramento.
Otros se amparan en que les es difícil ver la trascendencia del Ministerio sacerdotal, y se cuestionan vagamente la necesidad de hacer una confesión personal y auricular, juzgando en muchos casos la rectitud o virtud del sacerdote que conozca.
Otros quizás hayan logrado encontrar otras razones y muchos hasta prefieren hacer terapias, con profesionales de la salud mental.
Pero todas esas razones, siguen denunciando falta de información, acerca del Sacramento.
Uno de los mayores errores con los que nuestra sociedad, los medios de comunicación, y la rutina diaria, atacan o disfrazan la necesidad de la confesión sacramental, es anulando o disimulando el sentido de pecado.
A través de la repetición de actos y situaciones que socialmente son admitidas pero que no son por ello buenas para el alma.
Situaciones y actos que deberían ser materia de confesión por los atentados a la caridad que es a fin de cuentas sobre la que se debe basar un buen examen para la confesión.
Las faltas de amor, son de eso de lo que nos van a juzgar: Las faltas de amor para con Dios, que se pueden entender cuando se cree y se conoce que Él nos amó primero, y que de alguna manera tenemos con el una deuda de Amor.
Deuda que es mayor, tanto en cuanto se va adquiriendo o reconociendo la bondad de Dios para con nosotros.
Este hecho, es algo que a veces le choca a los que viven en nuestro entorno. Y que nos ven luchar y tener ciertas costumbres piadosas:
-¿Cuántas veces, has notado cara de asombro o han quitado importancia a tu necesidad de confesar?.
Les es difícil comprender, que si nos sentimos cerca, amigos de Dios, tengamos esa sensación de culpabilidad, según ellos, y a veces quizás también hayamos notado esa sensación.
Si te detienes un momento a pensar en la predicación de Jesús, en su actuar y en las enseñanzas de la Iglesia tendremos quizás que renovar nuestras intenciones. Es el amor de Dios, lo que ha de primar, “Dios es amor”.
Con este pensamiento en primer lugar, se hace más comprensible la necesidad del verdadero arrepentimiento, al reconocer que nuestro actuar, nuestras faltas de caridad, no son propias de un hijo de Dios, al que le ha dejado de herencia un único mandato: “Amarle a El por encima de todas las cosas y al prójimo, (Próximo, cercano) como a nosotros mismos”.
No sirve, no basta, como algunos piensan que nuestra confesión es un descargar por la boca lo que pesa en nuestra alma.
Otros incluso llegan a ver en el acto externo de la confesión tal y como lo manda la Iglesia un modo de alineación y de tranquilizamiento de conciencias inmaduras.
Esta y otras muchas versiones pueden suscitarse desde los sectores interesados en hacer concesiones, a costa del deposito de la fe, como sí quisiéramos inventar una vida cristiana más fácil, también en esto al hombre le ataca la tendencia al menor esfuerzo.
Sin embargo El Concilio Vaticano II, mantiene intacta la doctrina de la Iglesia al respecto de este sacramento. Y a pesar de que algunos niegan el dogma de fe que nos enseña que la confesión privada fue instituida por Dios, y dicen que fue instituida por la Iglesia y que podría ser cambiada o que no es tan importante.
Para éstos, bueno será recordarles:
”Que la misión confiada por Cristo a los Apóstoles es el anuncio del Reino de Dios y la predicación del Evangelio van inducidas a la conversión del hombre
La tarde del día mismo de su Resurrección, cuando es inminente el comienzo de la misión apostólica, Jesús da a los Apóstoles, por la fuerza del Espíritu Santo, el poder de reconciliar con Dios y con la Iglesia a los pecadores arrepentidos: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”
Posteriormente todos los testimonios desde los primeros siglos del cristianismo dan fe de la práctica de la confesión privada desde siempre.
El IV Concilio de Letrán (1215), prescribe la obligatoriedad de confesarse una vez al año como mínimo. Concretando en una norma la necesidad y el precepto divino de confesarse.
Después del Concilio Vaticano II, a pesar de que no han cambiado las normas hay cierto relajamiento y confusión, llegando a darse casos por ejemplo de que personas con poca formación han interpretado que el participar en celebraciones penitenciales puntuales, que suelen ser frecuentes en las Iglesias locales en tiempo de cuaresma o con motivo de celebraciones puntuales de sacramentos en comunidad como son las primeras comuniones, convalidaba de alguna forma el efecto del sacramento.
Una vez más la Iglesia, madre y depositaria de nuestra fe nos insiste en que las “condiciones para una buena confesión”, necesitan algo más:

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