miércoles, 27 de agosto de 2008

* Condiciones para una buena CONFESIÓN.

2ª Condición para hacer una buena confesión:
- El dolor por haberlos cometido.


Dolor por amor, no solo por miedo a un castigo, que parece ser el único motivo de muchas conciencias.
Esta condición o factor es muy importante, pero solemos no considerarla. A veces por que no tenemos el sentimiento.
El dolor por no haber amado a Dios o a los demás, como Él nos lo manda es de donde debería nacer nuestro deseo de rectificar, de volver a empezar, de no cometer más aquella acción torpe que nos lleno de tristeza.
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3ª Condición para hacer una buena confesión:
- El propósito o deseo de no volver a cometerlo con la ayuda de Dios.
En este punto, permitidme me remita a la tierra portuguesa de las Apariciones de Maria:”Fátima”, como lo conocemos la mayoría.
Tuve la suerte de hablar con algunas personas parientes de los pastorcillos e hijos de personas que presenciaron esos acontecimientos, tan especiales. Y la catequesis que transmiten de algunas de estas personas,(lo cuenta una prima de Lucia, de su padre).
Es el convencimiento a raíz del conocimiento de las peticiones de la Virgen y de sus palabras, según han llegado hasta nosotros, del verdadero propósito de la enmienda, del deseo y firme voluntad de no volver a pecar.
Sería una gran suerte que el Señor nos concediera a cada uno de nosotros ese mismo deseo firme.
Nuestra confesión es un acto de libertad. Cuando vamos a la confesión sería un error, ir con la idea de que vamos a engañar a Dios, o al sacerdote. Si no tenemos un verdadero deseo de corregirnos y no deseamos en el fondo, no volver a pecar, no sería valida nuestra confesión.



4ª Condición para hacer una buena confesión:
- Decir los pecados al confesor.
Aquí cierto es que a veces incluso por parte de los pastores, o responsables de recibirlas en nombre de Jesús. A ves por circunstancias temporales (falta de tiempo) no lo ponen fácil.
Juan Pablo II, en una de sus últimas cartas, exhorta a los sacerdotes a rectificar y replantear su horario en función de que dispongan de un tiempo para atender a este precioso sacramento:
En la Carta apostólica Novo millennio ineunte ha escrito:
“Deseo pedir, además, una renovada valentía pastoral para que la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer de manera convincente y eficaz la práctica del Sacramento de la Reconciliación,
Como se recordará, en 1984 intervine sobre este tema con la Exhortación postsinodal Reconciliatio et paenitentía, que recogía los frutos de la Asamblea general del Sínodo de los Obispos, dedicada a esta problemática.
Entonces invitaba a esforzarse por todos los medios para afrontar la crisis del “sentido del pecado” (...)
Con estas palabras pretendía y pretendo dar ánimos y, al mismo tiempo dirigir una insistente invitación a mis hermanos los Obispos- y, a través de ellos, a todos los presbíteros - a reforzar solícitamente el sacramento de la Reconciliación, incluso como exigencia de auténtica caridad y verdadera justicia pastoral, recordándoles que todo fiel, con las debidas disposiciones interiores, tiene derecho a recibir personalmente la gracia sacramental.
Consciente de mi responsabilidad pastoral y con plena conciencia de la necesidad y eficacia siempre actual de este sacramento, dispongo cuanto sigue:
1. Los ordinarios han de recordar a todos los ministros del sacramento de la Penitencia que la ley universal de la Iglesia ha reiterado, en aplicación de la doctrina católica sobre este punto, que:
A)”La confesión individual e integra y la absolución constituyen el único modo ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia; Sólo la imposibilidad física o moral excusa de esa confesión, en cuyo caso la reconciliación se puede conseguir también por otros medios.
B) Por tanto,”todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están encomendados y que lo pidan razonablemente; y que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles”. . .
2 Los ordinarios del lugar, así como los párrocos y los rectores de Iglesias y santuarios, deben verificar periódicamente que se den de hecho las máximas facilidades posibles para la confesión de los fieles.
En particular, se recomienda la presencia visible de los confesores en los lugares de culto durante los horarios previstos, la adecuación de estos horarios a la situación real de los penitentes y la especial disponibilidad para confesar antes de las Misas y también, para atender a las necesidades de los fieles, durante la celebración de la Santa Misa, si hay otros sacerdotes disponibles.
Pero no es solo responsabilidad suya, los católicos tenemos derecho y deber de poner todos los medios a nuestro alcance para recibir dignamente la confesión. Y es muchas veces nuestros respetos humanos, nuestros reparos, nuestra pereza o tibieza quien obstaculiza el paso a la gracia. Y la confesión es una de las puertas, quizás la más necesaria, la que necesita de nuestro esfuerzo, de nuestro interés en recibirla, para abrir las puertas del alma a la gracia de Dios que El Espíritu Santo hace llegar hasta nosotros a trabes de otros muchos caminos: la oración, la Eucaristía, etc.
Sobre el modo de confesar la Iglesia, intenta facilitar las vías, los momentos, pero es erróneo la costumbre que en ciertos momentos por necesidades que quizás se hubiesen podido subsanar por medios naturales, la impartición de absoluciones generales (Sin previa confesión auricular y secreta), salvo en casos muy excepcionales, de verdadera necesidad, un desastre imprevisible, un peligro inminente, pero a Dios gracias, la mayoría de nosotros, no vivimos bajo ese riesgo.
Para los creyentes judíos esta muy bien golpear su cabeza sobre el muro de las lamentaciones, para otras religiones, quizás sea comprensible, creer que se pueden confesar solo con el pensamiento dirigido a Dios,
Para ti y para mí, eso no vale para nada, Y es una pena, que por desconocimiento o comodidad, desperdiciemos todo lo que conlleva, la preparación y ejecución de una buena confesión, para nuestra alma y para los que nos rodean y para la Iglesia entera.
Tenemos que ir comprendiendo que somos parte de un cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y todos los demás estamos de alguna forma en comunión unos con otros.
Los bienes espirituales que gozan los miembros de este cuerpo repercuten en todos los demás, las enfermedades, que sufre algún miembro también influye en todos los demás.
Esa es una de las verdades que hacen tan falto de razón al que piensa que no necesita nada de nadie. Y se cree así mismo autodidacta de su fe, sin respetar las leyes de la Iglesia, en cuyo seno ha recibido el Bautismo que le hacia miembro de esta gran familia de los hijos de Dios e hijo por tanto de la Iglesia, que esta siempre dispuesta a acogerle, a perdonar sus errores y a reconocerle como miembro suyo.
Ese es un problema, que la Iglesia sufre y sufrirá siempre, mientras los bautizados no tomemos conciencia de estos lazos invisibles, que nos unen y que llamamos “Comunión de los santos”.
Por otra parte y en relación con el argumento que estamos desarrollando a todos nos interesa que todos practiquemos la confesión frecuente. Porque el que todos y cada uno de los miembros este sano, y fuerte, lleno de la gracia de Dios, influye en todos y cada uno de nosotros.
Sobretodo influye en la Santidad de la Iglesia, que profesamos en nuestro credo, no por olvido de nuestras ofensas, sino por que su cabeza y su corazón son el mismo Cristo que la fundó y que sigue actuando en la fuerza vivificante de la acción del Espíritu Santo, derramada en los sacramentos que se reciben con las consecuentes disponibilidades o preparación.
Hemos por tanto de reflexionar sobre la necesidad del apostolado de la confesión: informando a los despistados, enseñándolo a los niños, e invitando a los que estén cerca de nosotros a acompañarnos cuando nosotros la practiquemos, (apostolado del ejemplo).
Pero también para nosotros potenciales pecadores con necesidad del uso de la confesión el vicario de Cristo en nuestros días nos recuerda lo siguiente:
“A fin de que el discernimiento sobre las disposiciones de los penitentes en orden a la absolución o no, y a la imposición de la penitencia oportuna por parte del ministro del Sacramento, hace falta que el fiel, además de la conciencia de los pecados cometidos, del dolor por ellos y de la voluntad de no recaer más, confiese sus pecados.
En este sentido, el Concilio de Trento declaró que es necesario ”de derecho divino confesar todos y cada uno de los pecados mortales”.
“El fiel está obligado a confesar según su especie y número todos los pecados graves cometidos después del Bautismo y aún no perdonados por la potestad de las llaves de la Iglesia ni acusados en la confesión individual, de los cuales tenga conciencia después de un examen diligente”.
Se reprueba cualquier uso que restrinja la confesión a una acusación genérica o limitada a solo uno o más pecados considerados más significativos.
Por otro lado, teniendo en cuenta la vocación de todos los fieles a la santidad, se les recomienda confesar también los pecados veniales.
Una vez declarados nuestros pecados, el sacerdote o ministro del sacramento, nos dará la absolución

5ªCondición para hacer una buena confesión:
cumplir la penitencia y la acción de gracias.
Por último la Iglesia nos enseña a cumplir la penitencia, y nos recomienda además volver a la presencia de Dios a darle gracias, por habernos perdonado.
¿No es eso lo que hacemos después de pedir a alguien un favor?. ¿Hay algún favor mayor, que el devolvernos a la vida de la gracia?. ¿Cómo entonces podemos salir del confesionario, sin decirle gracias a Dios, por habernos concedido tan gran regalo?.
Termino este capitulo, más extenso, por necesidad. En el que hemos visto un tema importante, olvidado o desnaturalizado muchas veces, con el fiel deseo de que lo aprovechemos, en beneficio de todos, lo demos a conocer y lo practiquemos con responsabilidad.
¡Que usted se confiese bien!.

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