sábado, 30 de agosto de 2008

*"Somos hijos de Dios"

SOMOS HIJOS DE DIOS
Motivo de mi alegría es esta afirmación y espero que lo sea tuya.
Pues no hay Don mayor que el sabernos “HIJOS DE DIOS”:Es una realidad cimentada en la encarnación, muerte y resurrección del mismo Jesús. Y raíz y centro de toda su predicación. Pues hasta entonces, el pueblo Judío trata a Dios como un Señor temible y terrible. Tanto empeño tiene en ello que
Dios, permite o envía a su propio hijo a enseñarlo a los hombres y Este ofrece su vida, por todos, como cordero, conciliador, entre Dios y la especie humana. Ese es el principal fundamento de nuestra Filiación divina, “Somos hijos de Dios, gracias a los méritos de Nuestro Señor Jesús, conseguido al precio de su sangre“. “Un hijo de Dios, trata al Señor como Padre. Su trato no es un obsequio servil, ni una reverencia formal, de mera cortesía, sino que esta lleno de sinceridad y de confianza.
Una vez centrados en la razón y la consciencia de que somos Hijos de Dios por las gracias concedidas a través de la cruz de Cristo. Quizás podamos seguir hablando de la Filiación Divina como una de las características que tendría que distinguirnos a los creyentes de los que por desgracia para ellos no lo saben.
La Filiación Divina, es una actitud interior del alma, como la de ser hombre o mujer, blanco, moreno o negro. Esta presente en nuestros pensamientos, obras y gestos, con la naturalidad de hijos pequeños que imitan a sus padres.
Los Cristianos deberíamos parecernos a nuestro Padre Dios: -en la forma de amar, en la forma de encauzar nuestras vidas, en la reflexión de las verdades que se nos han dado a conocer.
Supone darle un ritmo de acción de gracias ante nuestros defectos, por los que le pedimos con humildad y sencillez perdón. Y supone comprender al resto de los hombres, ¡Tanto que nos gusta juzgar, verdad!, Que pronto olvidamos nuestras torpezas.
Nosotros, sin merito propio, hemos sido escogidos para llevar a los hombres la luz de Cristo. A través de que nos vean comportarnos como Hijos de Dios, de un Dios que acoge, que perdona, que se preocupa por todos.
Nos han de ver gastarnos en el ejercicio interior de arrepentirnos de nuestras malas inclinaciones, de nuestros arranques desenfrenados.
Si nos ven equivocarnos como ellos, por que ocultarles nuestro arrepentimiento.
Los que nos llamamos hijos de Dios, y como decía S. Juan: lo somos tenemos una gran responsabilidad ante nuestros hermanos en la fe, Los que practican y los que no lo hacen tanto, o al menos no les vemos hacerlo.
Tal vez es que lo que ven en nosotros les hace dudar de la eficacia del trato con Dios.
La gente muchas veces tiene una fe natural, que la da Dios, y rezan a escondidas, quizás con mucha más devoción que tu y yo juntos, Casi todos creen en Dios.
La mayoría de las veces nos dan lecciones magistrales del vivir generosos ante las necesidades de los más desfavorecidos, les vemos actuar con justicia en sus asuntos sociales y compromisos, Tu y yo que tratamos al Señor a diario en la Comunión, que oímos o leemos su palabra con frecuencia. ¿En que nos diferenciamos?.
Nuestro deber de ser fieles a sus enseñanzas.
Nuestra responsabilidad de esforzarnos por ser mejores hijos, y mejores hermanos de todos los hombres. Dando sentido practico a la llamada a la santidad que hemos recibido de El. Pues que planes ha de tener Dios para sus hijos sino que lleguemos al cielo y seamos felices, ahora y después eternamente.
Como cuando éramos pequeños y nos fiábamos plenamente de nuestros padres y acudíamos a ellos en toda necesidad, Dios sigue esperándonos, para que nos apoyemos en El.
Dóciles en sus enseñanzas, para dejarnos transformar por El. Para aprender a contemplar y amar al mundo y al hombre como obra de Dios.
¡Qué te encuentre, Señor en esta vida mía!, que te vea en el rostro de mis hermanos, que me encuentre contigo en mi trabajo, en mi quehacer diario, en mis ratos de oración y sobre todo Padre que sepa buscarte.
Que me prepare cada día mejor para recibirte en la Comunión, En el Perdón. Enséñame a desagraviar tanto olvido mío y de los demás.
¿Cuándo más cerca de ti, Señor?, Que cuando me invitas al milagro actual de cada Eucaristía. Recuerdo a una persona que me decía: Que pequeño, y humilde se hace mi Dios, cuando viene a mí, insignificante.¡Tan cerca de mí señor! Y yo a veces tan despistado.
A ti, Señor, te duelen todas las almas, ¡Que sienta yo también esa preocupación por ellas.
La Filiación Divina, nos ha de llevar a desear que todos le reconozcan y le amen. Y lo empezaremos a lograr, Si primero le pedimos que nos enseñe a tener cariño y comprensión con los demás aunque no piensen como nosotros, aunque nos juzguen o se rían.
Dice S. Pablo:
“Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo por amor a Dios”.
Eso solo lo podemos conseguir si mantenemos lo que llamamos “La Presencia de Dios”.
Dios como decíamos antes es un padre, que siempre vela por nosotros y que en muchas ocasiones nos invita a velar a nosotros. A no olvidarle por los afanes de la vida.
La presencia de Dios es la que nos ayuda o garantiza nuestra coherencia cristiana. En medio de cualquier actividad humana, pasando todos nuestros asuntos particulares, por la criba de Dios.
Poniéndolo todo en su presencia: los proyectos, las luchas, los fracasos y victorias, los problemas y las alegrías, las inquietudes y sobre todo a las personas que queremos. Pidiendo por ellas y para ellas, lo que más le convenga.
Un cristiano, es todo el día hijo de Dios. No solo la media hora de la Misa, o solo en las fiestas de Navidad y Semana Santa.
Un Cristiano, sabe quién es y a donde va, y sabe que el camino a veces es angosto, Que al camino salen a veces raposas y otras bestias con ganas de hacernos retroceder.
Por eso te recuerdo, la presencia de Dios buscada cada día nos ayudará a llegar donde queremos aunque a veces no ilesos, sino que tenemos tropiezos, que a veces nos marcan, a veces no. Pero Dios esta siempre ahí.
¡ Convéncete!. No es El quien se va, somos nosotros quienes nos escondemos para no encontrarle. Acuérdate de Adán.
Somos nosotros quienes cogiendo nuestras cualidades o dones hacemos de nuestra vida una historia al margen de Dios.
Pero El permanece vivo, cerca, esperándonos con los brazos extendidos en una Cruz de vida, de amor por nosotros.
No se si a ti te pasa, pero al considerar este misterio de la paternidad real de Dios sobre sus criaturas, Tu y yo que ya estamos crecidos en años, estatura y probablemente llenos de experiencias, tenemos que hacernos niños, para humanamente comprender o apetecer ese sentimiento de filiación.
Los niños, se muestran ante sus padres y superiores con naturalidad, eso es lo que debemos hacer tu y yo, ante nuestro padre Dios, “ ser niños”.
Jesús en el Evangelio nos habla de esta necesidad de hacernos niños, ¿lo recuerdas?:
“Llamando Jesús a un niño, le puso en medio de ellos, y dijo: En verdad os digo, si no os volviereis e hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos“
Dios, es nuestro padre, y muchos hombres se sienten solos por que no saben esta verdad de su vida: “Su padre Dios, les ama.”
No es verdad, que los niños de los que sus padres se preocupan son más felices y hacen mejor las cosas, por que notan que sus pequeñas actividades, le importan también a sus padres, y se dejan aconsejar por ellos o les pide consejo, ayuda y todo lo que necesitan.
Tu y yo, tenemos un padre, que se preocupa de todas nuestras cosas. Que no le es ajeno nuestro sufrimiento, ni nuestra lucha, nuestros deseos, ni nuestras preocupaciones.
Tendríamos que aprender a descansar en El. Como los niños pequeños, una vez que le han contado a sus padres lo que les preocupa, y ya pueden dormir tranquilos, porque confían en que sus padres le resolverán y le darán el mejor de los consejos.
Tu y yo, ¿Por qué cargamos con tantas preocupaciones?,¿Por qué no nos fiamos más de Dios?.
El saber que esta herencia o titulo de Hijo de Dios, no es un privilegio personal. Sino que Jesús nos lo alcanzo, dando su vida por nosotros y por todos.
Tenemos como un segundo referente en la fraternidad con el resto de las personas, que son a su vez igualmente hijos del mismo Dios.
Ese que trabaja contigo, el que come en tu mesa, o viaja a tu lado en el tren o el autobús, al que te cruzas en la calle, o estudia tres mesas detrás o delante de la tuya, el conductor del camión de la basura, y el profesor de tu hija, el fontanero, y ese muchacho de color, que te tropiezas en la parada del autobús.
Todos los hombres somos hijos de Dios, Jesús dio la vida por todos. Algunos no lo saben, pero tu ,sí. Por eso aunque sientas la indiferencia a la que nos lleva la sociedad, aunque te parezca que el mundo o parte de el se ha vuelto loco. No podemos ver con indiferencia al que pasa a nuestro lado, porque es de alguna forma hermano nuestro.
El sentimiento, o reconocimiento de esas verdades, nos ha de llevar a mejor servir, a ayudar y no pisar al que esta cerca. A corregir sí está a nuestro alcance. A dejarnos ayudar y corregir también nosotros.
El sentimiento de sabernos hijos de Dios y receptores del mensaje de Jesucristo; nos ha de cuestionar sobre nuestra manera de vivir la caridad.
Para ti y para mi, “cristianos” Por encima incluso de la justicia, que a veces es un poco ciega, ha de estar la misericordia de Dios; que necesita de: manos, de lenguas y brazos, que sostenga, defienda, y busque el bien no solo para nosotros mismos.
Sino con esa visión de parte de un todo que es lo que somos. Promover y desear el bien para todos y del que este a nuestro alcance proporcionar, nadie nos va a librar.
Tu y yo, que tenemos el privilegio de conocer la bondad de Dios, no podemos reservarnos la obligación de darlo a conocer, a través de nuestro ejemplo, de nuestra palabra y nuestras obras.
La coherencia de la que hemos hablado en otras ocasiones, para ti y para mi es una obligación.
Obligación de desear para todos la paz y el bien. Obligación de desear que todas las almas tengan el consuelo, de saber que tienen un Padre Dios que les ama.
Obligación también de amar a los demás, como Dios nos ama, respetando nuestra libertad, comprendiendo nuestros defectos, perdonando nuestros errores, enseñándonos el camino.
Sin querer cambiarlos a nuestro antojo, sin utilizar a nadie para nuestros fines. Sino compartiendo con ellos: nuestras riquezas, nuestros conocimientos y esfuerzos.
Esos deseos son lo que podríamos llamar nuestra vibración apostólica, que tiene su raíz en la filiación divina. Solo el amor a Dios, nos puede ayudar a amar verdaderamente a los demás.
¿Te acuerdas de la actitud del hermano mayor del hijo prodigo?. ¿Cuántas veces, tenemos esa actitud, ante los que nos rodean?. Especialmente triste, debe sentirse Dios Padre, de esas actitudes de sus hijos privilegiados, los que le conocen.
Es cierto que a veces desde dentro del seno de nuestra madre la Iglesia, vemos a los que siguen fuera con un poco de pena, por que nos gustaría que participaran de nuestros cultos. Y sin embargo a veces cuando nuestros hermanos que están más lejos de la Iglesia, vienen parece que no les acogemos, que no nos alegramos.
Es eso lo que le pasa al hermano del hijo prodigo. Toda la vida cerca de su padre. Realmente tenemos a nuestro alcance todos los medios, todas los bienes que nuestro Padre Dios nos da. Todas las gracias que recibimos en cada comunión, en cada celebración. Y sin embargo, a veces cuando vemos alguno que retornando a la casa del Padre, comienza a trabajar en torno a la Iglesia, no nos alegramos por él. Más bien estamos como expectantes a ver cuanto tiempo dura.
Estas cosas naturalmente pasan mucho en los pueblos, y en torno a las parroquias, en las Iglesias locales, donde todos nos conocemos.
Perdonarme si me atrevo a ser un poco critica desde dentro, pero conozco el daño que hacemos con esas actitudes.
Muy bien nos conoce Dios, nuestro padre, por eso nos responde a través de S. Lucas:
“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas; más era razón holgarse y regocijarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y revivió, estaba perdido y fue hallado.
Recuerdo que una vez oí a alguien decir: “Nunca podremos encontrar el reino de Dios solos”. y eso me ha hecho muchas veces meditar sobre las realidades de los hombres y la mía propia y te vuelvo a invitar a preguntarte, como yo también me pregunto:.
¿Vivo realmente sabiéndome hija de Dios?.
¿Veo en los demás, que son hijos de Dios, o son solo peldaños, o extraños con los que no tengo ninguna responsabilidad?
¿Mis obras, mis pensamientos, mis palabras, están inspirados o vividos como los de un hijo de Dios?.
¿Qué fin tienen mis preocupaciones y trabajos?.
¿Busco a través de ellos, el encontrarme con Dios?.
S. Mateo, nos alienta a tratar a ese Padre Dios, que junto al Hijo y al Espíritu nos ofrecen la vida, el perdón de nuestros pecados y la ayuda necesaria para alcanzar la felicidad.
“ Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quién pide recibe, quién busca halla y a quién llama se le abre.
Pues ¿quién de vosotros, es él que, si su hijo le pide pan, le da una piedra, o si le pide un pez le da una serpiente?.
Sí, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto mas vuestro Padre, que esta en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide!”
Felices, bienaventurados, los que nos sabemos hijos de Dios. Por que tendremos la dicha de gozar de El en el cielo. Y ver la herencia que nos tiene prometida.
Felices, bienaventurados por que con esta filiación a Dios, viviremos ya aquí en la tierra, las delicias de su amor, viéndonos rodeados siempre de sus consuelos, Reconociendo el gran amor que nos tiene, cada vez que nos perdona.
“Padre“: Es la palabra que Jesús vino a enseñarnos, que tratemos a Dios como Padre y que realmente éste sea un llamamiento constante a tener confianza en El.
En esta gozosa realidad de la Paternidad de Dios, sobre nosotros, hay una persona que vive en el cielo junto a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin la que no hubiese podido hacerse esto. La Virgen Maria.
María con su “Fiat”, generoso abre las puertas al Espíritu Santo y concibe al Hijo, que es quien nos aclara y acerca tantos bienes.
María, bien merece el titulo que ostenta desde el Concilio Vaticano II, el de “Madre de la Iglesia”, pues en el además se expresa su función mediadora y de protección, que ella hace sobre todos nosotros, los que pertenecemos a la Iglesia por el Bautismo.
¿Cuantos dones, Padre, nos has regalado?. Y entre ellos el más preciado después del conocimiento del Misterio de la Santísima Trinidad, sobre el que se cimentó nuestra Fe. La figura y presencia de nuestra madre la Virgen, a la que me gusta llamarla muchas veces, como la llamaron los santos que hoy viven en el cielo:
“Maria, Hija de Dios padre, madre de Dios Hijo, Esposa del Espíritu Santo, Templo de la Santísima Trinidad y madre mía”.
Tu puedes hacer lo mismo, dile despacito: “Madre, cuando estés con tu Hijo, cuéntale alguna cosa buena mía“. Ella que nos conoce mejor que nadie, sacara de nosotros lo mejor, y lo pondrá delante de Jesús, para que sepa que le amamos.
Así también en las necesidades, ¿No te acuerdas de Cana?. María intercede por los novios, al conocer su necesidad. Y arranca de su Hijo, nuestro Dios; el primer milagro de su vida publica.

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